27 mar 2012
18 mar 2012
Hacedla de matarife, lo dijo mi abuelo al darme un cuchillo tan largo como mi brazo y con una hoja más ancha que la palma de mi mano. El sol estuvo detrás de el esa mañana cuando voltee a verlo desde mi corta estatura; el era grande, sin embargo, su voz y él mismo calaban siempre más fuerte. Nunca me atreví a desobedecerle alguna orden, era de una sola voz y todo aquel que escuchaba su tono imperativo no hacía otra cosa mas que dibujar en vida aquello que salía de su boca. No fue de rostro agrietado como los demás abuelos que conozco, tampoco le vi mostrar afecto alguna vez a alguien. Ni siquiera a aquel lobo que alimentaba, "no hubo solo un día, donde el animal no estuviera a su lado" desaparecieron juntos.
Otra vez; en un ruedo multicolor' de donde salían payasos: arlequines coloridos, caballos montados por damas que vestían de blanco con sombreros señoriales y repletos de plumas hasta un ridículo; pero acorde bien entonaban con las máscaras y antifaces, guantes largos con dibujos en ellos, manos que llegaban hasta el suelo, hombres de doble rostro, hombres y mujeres mas altos que los árboles, animales tan largo como tres o cinco autobuses; mismos que no había visto mas que en mis sueños. No era necesario pintar aquel lugar de árida apariencia, ni siquiera las mil guacamayas que me toco liberar al tiempo que, "junto con una niña" jalamos un listón anaranjado para segundos después verlas en el cielo azul volando. Hubo también plumas de colores cayendo de el cielo. En una de esas veces entre cada acto, mi abuelo me montó en un toro después que este había tumbado a un hombre. No tuve miedo alguno, en realidad no lo tuve. Observé que el mundo giró, mis manos las habían metido bajo una triple cuerda que rodeaba al animal, recuerdo mis nudillos sobre el dorso de la bestia roja. Nunca he tenido aquella emoción desde entonces.
Recuerdo a Lupillo: un piel roja, era quien llevaba a las chivas al cerro todos las mañanas, siempre me sentaba a lo alto sobre una muralla. Lo veía cuando se las llevaba y al pasar corría yo al arroyo para recoger las bolitas negras que dejaban por su camino. Así aprendí a seguirlos. El primer día que lo hice volví hasta tarde. Mi abuelo estaba en medio del arroyo y el lobo por un lado sentado, ambos observándome; me acerqué a el y solo dijo, .-Quédate aquí parado hasta que yo venga por ti. Me tomo de los hombros y me volteo hacia el lado de donde yo llegue. .-No te muevas hasta que vuelva. "ordenó". Fue la única vez que le escuché decir casi la misma orden dos veces... Los chivos venían por sobre el arroyo y eran mas altos que yo entónces; eran centenas. Mi abuelo y su lobo se quedaron sobre la muralla observándome, Lupillo no hizo mas que chistarles a los animales para que apresuraran su paso por sobre el arroyo. Fue la primera vez que vi el miedo en alguien, en el alma a travez de los ojos.
No me moví.
9 mar 2012
No me considero un ser supersticioso, sin embargo, me hubo llamado mucho la atención aquel sueño, "justo el mismo día en que se habrá develado tu compromiso". No te preocupes, la fuente no provino de ti, si no de el.
Estuve pensante por aquellos días. La noticia, me la fueron a entregar hasta el mar...
En el horizonte; había nubes grises con tonos morados y argénteos por el atardecer, era un tanto helada y la duela del bote chillaba por el mecer tan pausado que nos daba aquel salado mar.
No hubo tiempo siquiera para despedirme, (no era necesario). Salté y comencé a nadar.
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