14 jun 2018


Le abandonaron los colibríes’
Y’  en él’ cesó el canto de las aves.
El viento, dejó de acariciar sus hojas y entristeció aún más…
En tanto, el colúmpio y su vaivén se despidieron.

No habría más sonrisas ni complicidad.
No habría más secretos, pues la sombra’ olvidó dibujar el fruto, y las flores que me ayudaron a conquistarle.

Ahí estaba yó, escuchando a él árbol y sintiéndo su agonía…
Sus raíces movían a la tierra con cada estertór y los rayos' de mi hermano el sol por entre sus hojas se colaban para rayarme el rostro.

Enterré mis manos en la tierra yerma’ para así,  abonarle de mi sangre.

Las hojas casi de otoño agonizaban.
Llamé a la Tormenta de mi infáncia para costearle una deuda y entregarle oportunidad de redimirse… Aquella que me dió riós, arroyos y temporales… Aquella que me delató alguna vez con un relámpago.
Aquella, qué me mostró el camino y sació mi sed en el desierto.

Me elevé, y sobre el árbol llovió al tiempo que mi mano rozaba sus copas.  
Y Entónces... Emergió.

Saldé mi deuda y me sentí libre, pues ya podía abandonar este mundo de humanos.

Partí sin lujos, como la piel de serpiente que se arrastra y muda.

Como  las plumas de ave’ que se arrancan o mudan’ por el mero placer de vivir...

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